viernes, 8 de febrero de 2013

'Marina Abramovic: The artist is present', las emociones del instante

No es fácil elaborar un retrato de un artista en un largometraje documental y no caer en el panfleto o en el juego egocéntrico de varios de ellos. Alison Klayman lo evitaba con bastante soltura en el reciente Ai Weiwei: Never sorry, aunque el activista chino parecía tener el control de la cámara en todo momento -una de las mayores pegas del potentísimo documental- . En Marina Abramovic: The artist is present' los directores Matthew Akers y  Jeff Dupre nunca decen a ese juego, al contrario, dotan la vida y obra de la artista eslava de una emoción hipnotizadora pocas veces contemplada en una biografía canónica.

El cartel ya nos presenta a Marina Abramovic mirando fijamente al espectador. Una mirada llena de matices y abierta a todo tipo de lecturas y recepciones. Es la mirada que miles y miles de personas admiraron en el MOMA de Nueva York durante tres meses. Sí, durante un trimiestre Marina permaneció de forma diaria en el recinto cultural, sin hablar, postrada en una silla, mirando fijamente a los curiosos visitantes. Es su última performance, titulada The artist is present, y es el clímax final de la película, más de viente minutos llenos de emoción y reflexión. Pero también es un perfecto macguffin para asentar un debate: los límites del arte.

La creatividad y la expresión es algo tan censurado como discutido. Evidentemente es algo subjetivo, pero la mayoría convenimos que menospreciar una técnica o estilo es un retroceso en el nivel cultural de un país, una sociedad o una etnia. Así pues, un servidor afirma rotundamente que las obras de Marina Abramovic son arte, por su impresionante uso del cuerpo y por su capacidad de conmoción mediante la sencillez; de la misma forma el documental de Akers y Dupre es otra obra de arte y no por grabar y montar varias de sus experiencias ni obras, sino por contar un relato lleno de pasión y lograr algo tan sumamente complicado: hacer un equilibrio de fuerzas entre la vida de Marina y evocar la fuerza de sus trabajos a la gran pantalla.


Lo más destacable del documental es el pasaje de la relación de amor entre Marina y su gran amor, Ulay. Empezaron la carrera artística juntos, como dos jóvenes nómadas, amantes de la modernidad y el arte en su sentido más amplio -vaya en su sentido estricto- . La dedicación les pasa factura, la relación se estropea y el film saca a relucir cuan difícil es sobrellevar ser artista. Su historia tiene un gran momento, esa odisea de cruzar la muralla china durante semanas, cada uno desde un origen con el fin de encontrarse en el medio. Años más tarde, se reencontrarían en el MOMA, durante los meses de The artist is present, el momento más conmovedor del documental y uno de los más potentes en mucho tiempo.

Esa exposición deja un cúmulo de sentimientos en el espectador, le evoca a sus más bajas pulsiones, también escarba en sus recuerdos y lo transporta a un mundo de paz y tranquilidad. Le permite respirar. Hay de todo, cada instante es una emoción distinta, desde el inicio subes a un vagón y el film se convierte en una montaña rusa de emociones. Dejarse llevar es la mejor, no hacerlo es inconcebible. Al salir de la sala, uno solo tiene un deseo: encontrar a Marina Abramovic y sentarse delante de ella. Contemplarla. Reírle o llorarle. Expresarle lo que a cada uno le venga en gana y sienta en aquel preciso instante. El arte es eso: buscarse a uno mismo, sorprenderse y sentir emociones.

Lo mejor: El instante de Marina y Ulay, juntos, en The artist is present en el MOMA

Lo peor: El desconocimiento general de la obra de Marina Abramovic

Nota: 9

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